CAPÍTULO VIII
- León Felipe Cubillos Quintero

- 16 jun 2020
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 3 nov 2022
El jueves, después del medio día, el trabajo estaba concluido.

El jueves, después del medio día, el trabajo estaba concluido. Valió la pena el esfuerzo conjunto. Sin dificultades se había enviado a Medellín toda la información requerida. Satisfechos el Doctor Cadena y Don Eduardo compartían pareceres.
Jesús Cadena consideraba que estaba madura la empresa para empezar sus nuevos compromisos. Se trataba de abrir no solamente una quinta división, además de ampliar la estructura organizacional completa de “Químicos Cadena”, perdón... “Lozano”... adquirir, por qué no, unas nuevas sucursales en las regiones donde se trasladarían con sus respectivos depósitos. Era una significativa suma de dinero para no dejar en remojo; dinero para invertir contante y sonante, dinero por multiplicar.
Don Eduardo pensaba en las obligaciones por asumir con la contraparte: por primera vez, se iba a contar con accionistas externos al reducido núcleo familiar, por vez primera, una compañía nacional mucho más grande, los integraba en su portafolio de servicios. Se había tenido en cuenta, además, el compromiso de evaluar en un año la posibilidad de aliarse no sólo con la empresa antioqueña, también, con las compañías extranjeras de acuerdo con la capacidad, la calidad, y los rendimientos reportados.
Cerrando el programa informático, Marco Antonio reflexionó un momento, ahora sí, sobre lo sucedido en los últimos días. Este pensamiento le acompañaba mientras caminaba hacia su casa. Había sido casi una semana continua llenando formas y formas, recabando información actualizada, desempolvando otros datos que no hubiera podido obtener sin el concurso de Alberto, Carmen, Jesús Cadena y el mismo don Eduardo.
¡Qué mundo tan detallado se había convertido el mundo de los negocios! con razón pagaban por ello... ¡Todo tenía que estar respaldado por algo, todo debía ser con algún papel verificado! no había oportunidad para la improvisación, el descanso, o para algún albur, más allá de la locura que justificaba una aventurada deuda.
Y, sin embargo, bajo estas nuevas condiciones se cargaban las rocas de los demás y la propia, como le había escuchado decir a su jefe en el último monólogo. Distraído, recordó a Sísifo, no sólo el personaje mitológico, también el símbolo “abstracto” ideado por Camus. Esperaba que esta roca no ascendiera tan alto hacia cimas insospechadas, mucho menos que él rodara con ella el resto de sus días; pero, por sobre todo, no quería ver la roca transformarse en su absurdo.
Debía ahora ordenar su información. Decidió detenerse en el parque que atravesaba y sentarse en alguna banca donde encontrar sombra. Un renovado y mejor contrato, mayor status, mayores responsabilidades, en una compañía de mayor tamaño. Por qué no decirlo: un sueldo mayor. Con sus 45 años no se le hubiere ocurrido tener aún la edad para un posible estudio en el extranjero. Hace 18 años lo había intentado, mas no tenía ni el segundo idioma, ni la posibilidad que hoy le ofrecía su trabajo. Don Eduardo hablaba de Canadá o Estados Unidos, cuando retomó la conversación el martes pasado.
Un par de años, tendría que estar viajando entre Colombia y el extranjero tras parciales estancias de 3 a 4 meses. Excelente oportunidad: el oxigeno requerido después de 15 años de trabajo rutinario. Menuda responsabilidad ¡En buen momento! su pensamiento optimista lo continuaba seduciendo. Prepararse debería ser, entonces, el motto de esta bienvenida partida.
A su frente un auto se detuvo. Lo conducía una cara conocida. Parqueó por quince minutos mientras una mujer al descender se dirigía al edificio de enfrente. Marco Antonio no le quiso prestar mayor atención; no obstante, el saludo de la mujer le indicó lo vano de ocultarse tras el silencio y la ausencia.
--- ¿Cómo le va, Marco Antonio?, un verdadero gusto toparme con usted. ¿Tiene un rato?, podríamos tomarnos algo y hablar un poco, hace mucho rato que no charlamos, ¿le parece?
--- Muy buenas tardes, señorita Leandra, me parece bien, si no le quito algún tiempo.
--- Para nada, Marco Antonio, podríamos elegir la cafetería de la esquina. Se ve bien...
Rápidamente Marco Antonio se dio cuenta del cambio asombroso de la Leandra que conocía. No la veía desde hace ya unos tres años cuando ella emprendió su estancia en Bogotá para estudiar su posgrado. Como explicarlo, su transformación no estaba en su vestido o en su peinado, mucho menos en su segundo título. Quien le hablaba ya era una mujer y no aquella jovencita que apenas iniciaba la Universidad.
--- En este rincón está bien, estamos lejos del televisor, la música esta suave... por lo menos nos podremos escuchar...
--- No había tenido la oportunidad de saludarla después de su regreso. Su padre me había comentado lo exitoso de sus estudios; pero aprovecho para oírlo de su propia boca: dígame señorita Leandra: ¿Cómo le fue en la capital y con su posgrado?
--- Con mis estudios bien, Marco, con Bogotá muy mal. Es una ciudad tan grande y agobiante. El transporte se hace, a veces, insoportable y, en verdad, no cambio el clima de mi tierrita por nada del mundo. Terminé mi posgrado, muy contenta. Era lo que realmente esperaba. Sabía Marco, le estoy muy agradecida por haberme dado a conocer ese libro y ese autor que me ha servido tanto.
Lo leímos integro en una cátedra llamada “Introducción General de la Antropología”; con este libro comprendí que, si bien mis intereses para hacer el posgrado tenían que ver con la arqueología, no puedo dejar de admitir que esta novela fue, definitivamente, la clave para decidir el tema de investigación en mi trabajo de tesis.
--- Sí, Don Eduardo me contó que estuvo con los Barí, en límites entre Colombia y Venezuela.
--- Lo tiene presente Marco, muy bien, pues realmente me interesa trabajar con las culturas vivas, y no con su pasado o sus vestigios, como pensaba antes. El trabajo que hice sobre los tejidos de parentesco fue bastante satisfactorio para mí. ¿Y usted Marco?, cuénteme, ¿qué ha hecho de nuevo?
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Le pareció, como nunca, excesivamente larga la pausa para intentar una oportuna respuesta. Ella había sido sincera, no buscó frases de cajón, ni se dio ínfulas de más. Debería responder lo correcto para no pagar con hipocresía, la amabilidad que tenía ante sí.
--- Nada realmente nuevo, señorita Leandra...
--- Le regalo el señorita, interrumpía.
--- Pues sonará así, sonreía: nada realmente nuevo Leandra. Lo realmente novedoso parece estar por pasar y será necesario prepararse muy bien para ello. Lo digo porque el martes conversando con su padre, me daba a entender que ya había socializado el panorama de la empresa con su familia.
--- Sí, Marco Antonio, tiene razón. Además del gusto que tenía por saludarlo y agradecer el valor que para mí después de los años ha tenido su obsequio; me fue imposible no invitarlo a tomarnos este café, para conversar sobre lo que me acaba de mencionar. Espero no lo tome a mal y, ni mucho menos, lo ponga en una posición incómoda, Marco Antonio.
--- En absoluto, seño… perdón, Leandra; sólo tengo una información muy general que intentaba organizar en la banca de este parque. Quizás con este diálogo desmadejemos, especulemos o inventamos, algo nuevo, si es necesario, para el bien de todos...
Los dos rieron quizás por ser la primera tensión de la charla o, simplemente, porque Leandra descubrió en el fiel Marco Antonio, a alguien con una dosis de humor casual y mordaz.
--- Bien, Marco Antonio, antes de especular y de inventar algo, concentrémonos en lo hasta hoy conocido. Usted me corrige: “Químicos Lozano” tiene una interesante propuesta con una atractiva inyección económica, no sé cuánto, ¿usted como contador de la empresa lo sabe, Marco Antonio?
--- Ni idea, Leandra
--- Esta propuesta la recibe de una llamada telefónica hecha unas semanas antes desde Medellín. Tiene que ver con una nueva división para la empresa, nuevos insumos y proveedores, incluso traídos del extranjero. Quienes entran en el negocio están muy interesados y requerirán de mi padre, el doctor Cadena y de usted, Marco, una alta responsabilidad asumiendo cursos de capacitación y certificación en Norteamérica. ¿Me equivoco Marco, o algo he inventado?
--- Para nada, está en lo cierto.
Le sorprendía a Marco Antonio la capacidad que mostraba Leandra para hilarlo todo, y suavizar, a la vez, con su voz y maneras, una conversación que parecería un directo interrogatorio.
--- También se trata de hacer una posible “Sociedad”, de expandirnos en otras regiones de Colombia y asegurar, por vez definitiva, el porvenir económico de la empresa. ¿Algo por complementar Marco Antonio?
--- Sólo aclarar una cosa: la posibilidad de generar la “Sociedad”, dependerá de la evaluación entre las contrapartes durante el primer año, según el rendimiento y las metas establecidas.
--- Nosotros, una compañía paisa y los socios extranjeros. ¿Estamos?
--- Así es, señorita.
(Automáticamente, respondió de esa manera)
Sin percatarse, Leandra seguía adelante...
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