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CAPÍTULO X

Por fin Leandra había recibido el mensaje electrónico que esperaba.

Era de su antiguo profesor de la Maestría. Luego del saludo y la justificación por su tardanza, le había dicho que prefería hablar personalmente con ella, o en su defecto, por skype. Lo exigía el valor de su solicitud.


De inmediato, siendo sábado Leandra aprovechó para concertar este mismo día la cita. Su sorpresa fue encontrarlo activo en la red y tener la oportunidad de intercambiar ideas por medio de esta vía electrónica.

Al otro lado de su pantalla, se observaba a Ismael Obando, un antropólogo de mediana edad, con quien ella había familiarizado a pesar de no trabajar con él directamente la tesis.


--- Gracias por la confianza, Leandra. Espero que mi opinión sea pertinente, obviamente toma de mi posición lo que consideres significativo, ni mucho menos, intento convencerte; pero si voy a ser muy franco en mi respuesta. Por eso quiero preguntarte directamente Leandra, explícame bien, ¿qué tema deseas trabajar?


--- Valoro mucho tu contribución, Ismael. Sé lo ocupado que mantienes y para mí tu consejo es supremamente valioso. Ismael, debes recordar los intereses académicos que me llevaron a hacer el posgrado en tu programa. Había estudiado historia, inclinada en la cultura andina, y estaba realmente comprometida con la Línea de Investigación en Arqueología y Ecología Histórica, pensando en encaminar hacia allí mi tesis de grado. Sin embargo, comencé a comprender mejor lo que ofrecía el programa. Cuando menos me di cuenta, ya estaba poniendo en diálogo mis conocimientos históricos con aspectos antropológicos, no solamente presentes en los vestigios arqueológicos, o en las huellas culturales de nuestros suelos y relieves. Para mí, comprender las culturas como textos, con su valor simbólico, a la vez, ser muy fiel a sus tradiciones fue un aspecto iluminante y por eso resolví, finalmente, hacer una inserción en campo, con la cultura Barí, cuando analicé con ellos sus formas de parentesco. El proyecto me enriqueció mucho, me dejó muy contenta, realmente pude hacer un trabajo antropológico; siento, a pesar de todo, que quede muy en deuda con un conocimiento más certero de la realidad, pues mi trabajo de campo, fue corto y con intervalos; sin profundizar en algunos elementos como pretendía desde el comienzo. Deseo continuar orientándome por este camino, explorar los aspectos simbólicos de nuestras raíces precolombinas; me entusiasma interpretar las culturas tradicionales, el valor de la tierra, del territorio, desde las cosmologías indígenas. El lugar más pertinente para desarrollar mi trabajo, no puede ser distinto a mi región, y por eso quiero indagar en el patrimonio histórico y cultural de los Quimbayas; un par de siglos después de la llegada de los españoles, justo en ese tránsito entre la conquista y la colonia.

Ismael escuchaba en silencio, y no se denotaba por su quietud, algún síntoma de escepticismo o complacencia. Sólo acató a preguntar haciéndose un tanto el distraído...

--- Entiendo tu interés, Leandra, en el patrimonio cultural de la región; ¿por qué te interesa justo el lapso de tiempo entre la conquista y la colonia?

Durante unos siete minutos Leandra esbozó diversas opiniones y datos. Ninguna de ellos dejó satisfecho a su interlocutor. Se repetían los argumentos sin ofrecer la razón que el profesor requería. Por eso, al abandonar la palabra, Ismael se atrevió finalmente a inquirir:


--- Te veo muy clara en tus intenciones, ¿qué consejo solicitas de mí? Me habías escrito que deseabas trabajar la concepción simbólica de la tierra en algún -o algunos- estudios de caso de tu región. Me dabas a entender, y por eso era tan importante hablar contigo, que alguna razón en especial te llevaba a hacerme la consulta. ¿Cuál es esa razón especial, entonces?..

Como si estuviese preparada, a la vez incomoda con esta pregunta, de la boca de Leandra salieron las más calculadas palabras de toda esta conversación virtual.


--- Lo que te voy a preguntar, Ismael, trasciende el plano académico. Te pido una muy honesta respuesta pues existen momentos, como este, en que uno necesita escuchar y sobre todo “sentir” al amigo, por encima de un sabio consejero académico.

Nunca tuvimos el tiempo para comprender porque nos alejamos tanto cuando comencé mi propuesta de investigación de grado. Yo te había visualizado como un asesor de primera línea, como lo sentí en mis trabajos de metodología de investigación; mas, esa imagen se esfumó en el parco interés que mostraste con mi tema de grado. He intentado encontrar motivos y hasta se me ocurrió pensar alguna rivalidad con el colega profesor que orientó mi trabajo; pero era una razón equivocada, todo el mundo lo reconoce como tu mejor amigo.

¿Sabes, Ismael? Hasta estas semanas de silencio y espera ante la pantalla del computador, todo me hacía pensar, incluso, que había perdido tu amistad; no sé si lo sabes, es una relación de las que más me vanaglorio en mí tiempo vivido en Bogotá.


La expresión de Ismael fue, poco a poco, cambiando mientras Leandra musitaba sus palabras; su rígida estampa se fue desmoronando y un brillo que no salía de la pantalla, no más de sus ojos, le hizo revelarle, la respuesta que esperaba:

--- Leandra, en verdad mereces una explicación. Durante mucho tiempo la etnografía de los pueblos fue para mí una completa devoción: narrar los mitos... vivenciarlos... enriquecerse con las explicaciones de los nativos; intentar hacer ciencia en compañía con el arte... escribir y describir, enamorarse de un ritual ancestral, aún de un vestido milenario, para mí fue prenda de seguridad, de libertad, de hallazgos de un sentido profundo por fin revelado...

Al igual que Levy Strauss sentía unas estructuras de representación comunes cuando hacía mis trabajos de campo, y zurcía las explicaciones de tantos tejidos de sentido con las mismas agujas de mis humildes y sabios “informantes”. Era casi convivir con un mundo platónico, donde la idea de perfección y de belleza afloraba en los mundos cotidianos, con los que se acostumbran a vivir los antropólogos... No obstante, apreciada Leandra, no sé como explicármelo, mucho menos explicártelo, lo que creía “lo real- maravilloso”, se fue cada vez más volviéndose multiforme, inquieto , desordenado, sentía que estaba construyendo un mundo idílico cerrado, y que mi inseguridad se venía protegiendo con los subterfugios de mis idealizaciones culturales... La realidad empezó a ser más fuerte, lo que antes aparecía bello fue cubriéndose de atmósferas plomizas, quien estaba junto a mí, era un sabio, un gran “informante”, pero su mundo nativo había cambiado... el paraíso empezaba a destacar fisuras que yo no había presenciado, y para las que no tenía respuesta o alternativa, como antropólogo, como etnógrafo, o como humano... me es ya imposible, Leandra, irme a investigar con la actitud de antes, pensar en lo simbólico si no se escruta hasta el fango más ensangrentado, pensar el dolor si no está cubierto aunque sea con una leve patina de alegría, pensar en lo celeste si no está agazapada dentro de sí la más sublime oscuridad... Me cuesta considerar, comprende, propuestas de investigación como la tuya; esta consciencia la comencé a adquirir justo a partir de una vivencia de campo, en los días en que iniciabas tu proyecto... !El contexto nos desborda! querida Leandra y las capillas artificiales de la academia, muestran a pesar de sus gigantesco modelos, sus inmensos limites para tocar el cielo y confundirse con la tierra. En el territorio de los Barí también se ha manifestado lo inexorable del contexto nacional, y esa entre comillas “variable” no se puede soslayar en ningún “simbólico” proyecto.


Una pequeña perla húmeda afloró en el iris de Leandra. Le habían realmente tocado las palabras de Ismael, su tan admirado docente. De un modo indirecto tenía el deja vu de ya haberlas escuchado de pronto con otro lenguaje, con los únicos signos que incrustan inefables acontecimientos...

--- Disculpa, Ismael, es sólo el sentimiento de recuerdos imborrables no liberados. Veo la silueta de Manuel, el cacique Barí, que se alejaba en silencio; justo el día señalado para llevar a cabo con él y con su esposa, el último fragmento de su historia de vida. Algo había pasado o iba a pasar con su territorio y comunidad, siento que me dijo con la silueta fugaz de su partida, las razones que me acabas de explicar; sin darme cuenta, Ismael, me acaba de suceder el mismo lenguaje, descendió muy lentamente una lagrima por mí mejilla derecha, mientras esta se cubría de un pudoroso rosado que intentaba ocultar mi gran vergüenza… es algo que he callado por mucho tiempo Ismael, ahora te lo confieso, así espontáneamente sin haberlo esperado; te comprendo Ismael y créeme: quiero continuar bajo una humilde condición de escucha...


--- Al contrario, Leandra, no tienes por qué disculparte, agradezco mucho tu confidencia. Lo que te acabo de comentar tampoco, créeme, lo he compartido: lo inquiriste de corazón y no merecías una respuesta diferente. A mis compañeros académicos para qué mencionárselo, están tan ocupados escribiendo y publicando como locos... siento que se ha aparecido un verdadero vacío en mi ambición intelectual y este sosiego no podría llenarse sino a partir de cierto servicio y sacrificio. A propósito de ello, te comparto el siguiente párrafo que encontré la noche anterior en una de mis lecturas:

“Alguien se halla en una buhardilla, dedicado a un sutil trabajo de investigación, y de pronto nota que en la parte de abajo del edificio ha debido estallar un incendio. No se parará a pensar si lo que está ocurriendo y la forma de remediarlo son cosas de su incumbencia o no, o si obraría mejor continuando su trabajo y pasando su sinopsis o lo que fuere, sencillamente, bajará a todo correr y tratará de salvar la casa. Del mismo modo me hallo yo en uno de los pisos más altos de nuestro edificio castalio, ocupado en el juego de los abalorios, trabajando con instrumentos verdaderamente delicados y sensibles; de pronto, algo –-el instinto, o simplemente la nariz -- me avisa, me advierte, que hay cerca un fuego que amenaza y pone en peligro toda nuestra morada, y me dice que en este momento no debo analizar una partitura o discriminar reglas de juego, sino correr en seguida hacia el sitio donde se divisa el humo”

--- Lo escribía Hermann Hesse en 1943, parábola puesta en boca de su protagonista que traduce “el Servidor”. Lo que está en fuego Leandra es la tierra con sus irremplazables culturas, y nuestro edificio es Colombia. ¿Cómo entonces destinar nuestras ambiciones a los abalorios de nuestras preocupaciones académicas invocadas sin ningún compromiso con su medio real? se me podrá objetar: “pero es que así ha sido siempre”; pero no Leandra, la gran escala de nuestros impactos ambientales, tal vez como nunca se ha manifestado; no es gratuito que hoy en día se hable del cambio climático global y hasta de nuevas e impredecibles eras geológicas inauguradas por el desarrollo moderno de nuestras sociedades. En próximo días Leandra, realizaré con mi grupo de investigación un seminario sobre el tema aquí en Bogotá, deseo invitarte y compartir cara a cara impresiones al respecto...

Los dos se agradecieron de nuevo de manera muy sentida, se volvieron a disculpar; si hubieran estado presentes se hubiesen seguramente dado un largo abrazo. Salieron de la página, se desconectaron... apagaron el computador... reposaron. Ambos, sin dudarlo, apreciaban la extraña casualidad y el poder contradictorio de estas nuevas tecnologías: nos alejan, y, a la vez, al mismo tiempo... tanto nos acercan...


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