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CAPÍTULO XI

Marco Antonio estaba sentado disfrutando un sencillo desayuno en una panadería localizada justo al frente donde los Carpati recogían a quienes viven, laboran o visitan algunas de las veredas del noreste del municipio de Guacuma.

Con Alba Liz y su hijo se dirigiría hacia la vereda que los colombianos se empecinaban en llamar “Batero” como si intentasen robar con ese nombre, el vocablo indígena del cerro; Sin borrar -por fortuna- su nombre originario, “Karambá” continuaba patente en los documentos históricos, como en la memoria cultural de la región. Un gigante campero llegó entonces. La cara de desilusión de Marco Antonio fue grande pues ya estaban todos los puestos ocupados; Alba Liz, en cambio, le tomó naturalmente de la mano y aún -sin saber cómo- se encontraron los tres estrechamente sentados, al lado de otros 6 o 7 pasajeros, sobre el techo del particular vehículo de trocha. Paisajes de caña, café, plátano y frutales convergían en una ruta hecha de curvas y caminos despejados. Si bien el Carpati no transcurría muy rápido, Marco Antonio tenía a ratos la impresión de irse de espaldas o hacia adelante en cualquier momento. La imagen, a su lado, del juego del hijo de Alba Liz con un colorido origami, o de un bebe durmiendo sobre el hombro de su madre en el puesto de abajo, generaba al visitante una fuerte impresión mezclada de temor, sorpresa y confianza. Casi a la hora llegaron al punto indicado. Los recibió un pequeño caserío donde destacaba una cancha de baloncesto y una pequeña tienda de abastos. El Karambá estaba en frente... en toda su colosal dimensión. De inmediato sintió el impulso de aceptar el desafío e intentar encumbrarlo; mas no era el momento, ni el sitio recomendado para tal osadía. Se contentaría, entonces, con no parar de apreciarlo, de maravillarse ante tan imponente presencia, tomar algunas fotos y hasta un pequeño video. Al dirigirse a la tienda entablaron con quien la atendía una corta conversación. El tendero era miembro del único resguardo indígena que hacía parte de la zona, la jurisdicción tradicional del cerro aún la disputaban con otras dos parcialidades indígenas. Estas tres organizaciones tenían disparidades históricas irrenunciables, así, muchas veces, tuviesen que mostrarse muy unidas ante la regencias de turno del municipio y el departamento. Para dos de los grupos indígenas, su origen era Embera y llegaron del Norte a ocupar los territorios de Guacuma; la tercera organización se reconocía Anserma y originaria de la zona; inclusive, se atribuía un lenguaje propio, el Umbra, fuente original de los dioses tutelares. No estaba claro entonces el sincretismo entre el legado Embera y Anserma pues Xixaraca y Michua, convergían junto con Karagaví y otras creencias, sin mencionar algunas costumbres cristianas. En momentos, Marco Antonio, percibía mayor conocimiento y acervo en las palabras de Alba Liz, a pesar de su tradición campesina. ¡Cuál complejo sería entender la cultura en Guacuma!, pensaba entre tanto, siendo consciente del ignorante desarraigo, a la vez, de la soberbia, de quienes se llamaban expertos en dichos temas; con la irresponsabilidad de sentenciarlo todo desde la ciudad. Casualmente, el gobernador del Cabildo Embera Karambá estaba en la zona. Presto a iniciar una asamblea general. Al saludar observó incómodo la cámara fotográfica que portaba Marco, por lo cual instó a una justificación o explicación al dueño del local. Todo era completamente extraño para el visitante. Murmuraron algo entre ellos: en secreto para los extraños. Tras estar conforme, el gobernador con sus acompañantes se despidieron en una especie de indiferencia y dignidad; inusual comportamiento para quienes se encuentran con comunidades indígenas por vez primera. El tendero llamó aparte a Alba Liz y le hizo una serie de cortas preguntas. Alba Liz movía negativamente la cabeza. Después de dos minutos, estaba nuevamente reunida con su visita. --- ¿Qué pasó Alba Liz? ¿Algún problema? --- No te preocupes Marco Antonio, sólo querían saber si ibas a realizar alguna producción audiovisual o algo parecido con el cerro. --- ¿Y por qué? ¿Acaso es prohibido? --- Prohibido no lo es, Marco Antonio, pero las creencias de los pueblos indígenas exigen cierto nivel de cuidado y respeto hacia sus lugares sagrados. Por ejemplo, si estuviéramos interesados en registrar unas imágenes, lo más prudente sería pedir ante su Jaibaná un permiso y, si es necesario, someternos a una “limpia”. --- Ahora no estoy entendiendo nada: ¿un permiso y una “limpia”? --- Como lo escuchas. En ese momento Diego, el hijo de Alba Liz, comenzó a pedirle a la mamá que lo llevará a una “limpia”. Le había gustado mucho cuando fue al paseo de la escuela a conocer la herradura rupestre en el municipio vecino: --- Sí, mamá, yo quiero una “limpia”, me gustaron el sonido de los cascabeles y sentir el humo en la cara…

--- Ahora si no estoy entendiendo nada, reflexionaba Marco.

--- Lo que pasa, Marco Antonio, es que los Jaibanás, los médicos espirituales de los Embera, le deben preguntar a sus Jais, espíritus y dioses, si un extraño puede transitar sobre sus lugares sagrados. Para ello, algunas veces los Jaibanás hacen sus canticos y rezos, beben una vineta y fuman tabaco. Lo hacen también con las personas que solicitan el permiso; quienes deben atender el ritual e, incluso, participan en la ceremonia. Se realiza todo, en completo silencio. Finalmente se obedece las recomendaciones de los Jais señaladas en las palabras del Jaibaná. --- ¿Y cuáles son las recomendaciones más normales? --- Depende, Marco. A veces es sólo el cuidado de la naturaleza e incluso evitar tomar fotografías. También el Jaibaná puede decidir que un grupo o una persona, no tenga el permiso para visitar algún lugar sagrado. --- ¿Y en qué se basan para hacer dicha recomendación? --- Tal vez nosotros no nos damos cuenta porque somos foráneos; pero cargamos, y más tú que vienes de la ciudad, una energía muy “pesada”. Un Jaibaná conoce la importancia del equilibrio entre la naturaleza y nosotros. Sin estar preparados y sin un respeto mínimo, no podemos llegar de un momento a otro a romper su armonía. Este impacto pueda generar efectos dañinos tanto en la naturaleza como en su comunidad; y nosotros no podemos entrar así muy orondos a causarles problemas con sus espíritus. --- Definitivamente es otro mundo, Alba Liz. --- Sí, ellas eran las culturas que habitaban y cuidaban estos territorios antes de que llegáramos nosotros, Marco Antonio. Imagínate si en tiempo de la conquista Xixaraca y Michua se retiraron llorando de Guacuma, ahora qué pensarían si encontrarán las cosas tal como están... El último comentario los llevaría a pensar sobre la inesperada situación vivida la noche anterior. Algo había pasado en Guacuma, algo que Marco Antonio aún desconocía: una herida aún abierta para los residentes. ¿Cómo explicar que las tabernas y locales nocturnos de un municipio colombiano apaguen su música por respeto a una marcha nocturna? También había llamado profundamente la atención el cambio repentino del comportamiento de Alba Liz. Como una autómata empezó a caminar junto al corrillo ayudando a sostener alguna de las pancartas; sin pedir permiso ni encontrar entre quienes portaban tales reclamos la menor resistencia. La mirada de Alba Liz sentenciaba algo muy profundo, como ningún otro momento. El invitado se había sentido rodeado, en un suspiro, literalmente hablando, en medio de ese grupo de personas que desconocía. Cual si Alba Liz hubiese pensado en lo mismo, los hospedó un largo silencio... después de un rato la cotidianidad salvó el momento; cuando Diego pidió a su mamá que lo dejará jugar baloncesto junto a otros niños. La conversación versaba, entonces, sobre la mejor hora para ir a almorzar, la gastronomía de la región y los horarios del transporte de regreso. A las 5:00 de la tarde, Marco Antonio tomaba su microbús. Retornaría cansado, no encendería la televisión, ni la radio, reflexionaría un momento, sin ordenar sus ideas, y después estaría listo para recibir cada uno de sus inesperados sueños. Uno de los numerosos sueños, quizás el más nítido, mostraba a Marco Antonio solo, escalando el cerro Karambá, sin una ruta fija; al contrario, pareciera caminar sobre el verde, muchas veces, cayendo en pequeños abismos o, incluso, volando sobre ellos. En un momento, se detuvo, justo al pié del famoso “Pico de Águila”. Observó la alta y fragosa piedra, también la frágil y peligrosa escalera de metal que lo llevaría a la cima. Sentía lo huracanado del viento. Temía algún tornado que lo lanzara al vacio. Sin pensarlo dos veces, posó el primero después el segundo paso en la estrecha escalera; sin soltarse y tratando de dominar con su presteza, aquel viento que intentaba al verde devolverlo. No sin bastante esfuerzo, escaló finalmente la cima. Allí sus ojos ahora, mucho más, se deslumbraron: la cima estaba nimbada por una laguna celeste, desapercibida para quien no se encontrase allá arriba. La laguna lo llamaba, el sudor había invadido su rostro y su pecho, brazadas sobre el azul empezaban a teñir de un rosado minúsculo humano el esplendor de la laguna. Mientras nadada iba abriendo espacio con sus brazos a los primeros recuerdos que a su vida acompañaban: momentos placidos con sus padres y hermanos, manjares algunas veces probados y rechazados, hasta sus más queridos juegos con su recordada mascota de la infancia. Quien lo hubiese visto en ese instante dormido, hubiese advertido una sincera sonrisa sin estar sostenida por ningún alfiler en la comisura de los labios... hubiera escuchado ,de vez en cuando, un jadeo surgido de una felicidad completamente distante ante cualquier signo de agotamiento después de una larga jornada. Sin embargo, en algún momento, las orbitas de sus ojos se empezaron a mover impacientes, su cabeza también los imitó, los labios retornaron a la posición acostumbrada; mientras las sensaciones del sueño lo sumían en unas aguas más profundas donde la claridad desaparecía: sólo espectros iridiscentes iluminaban su descenso. Estas siluetas brillantes angustiaban el sueño de Marco. Le impedían permanecer completamente abatido por la oscuridad; pero al no saber al final qué delineaban, lo llenaban de pavor mientras más se le acercaban. Parecían macabras estelas queriendo tomar forma mientras se hundía con ellas... le parecían, empero, imágenes fantasmagóricas de personas y situaciones milenarias desconocidas, otras figuras en el presente le acompañaban… sintió en algún instante un perfume mezclado de diversos licores y esencias de fango... Su biblioteca se encontraba desvencijada y oxidada al fondo de la laguna donde él ya había caído vencido tras el forcejeo contra tantas imágenes frustradas y desesperadas...las orbitas de sus ojos se detuvieron, lo propio su cabeza, de nuevo el sueño tenía claridad: un rostro ancestral con un cabello largo lo reanimaba, sostenía a Marco sobre sus fortísimos brazos, a la espalda de aquel aparecía una hermosísima mujer indígena ¡Cual jamás nadie hubiese visto!: con una diadema de oro, un resplandor dorado como aurea, con una venadillo a sus pies. Ella lo observaba llena de El llanto pareciera estar tatuado en sus mejillas... Finalmente aquellas dos figuras de tamaño mayor al natural, lo colocaron muy cerca a la escalera de descenso para después, poco a poco, irse alejando al sumergirse en el centro de la laguna celeste, mientras lo miraban despertar... Así fue... despertó... completamente bañado en sudor, ni de luz celeste o de pantano. Con la imagen de aquellos dos rostros fantásticos observados, y con un agradecimiento infinito, se encontraba de nuevo en su cuarto, pintado de blanco.

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