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CAPÍTULO XII

130 asesinatos deslumbraron la ciudad de las luces una noche de noviembre.

Había sido la noticia mundial que despediría lacónica y estruendosamente el año 2015. Occidente renombraba, otra vez, por tantas veces, un enemigo universal: contra extrañas siglas se declaraba ahora la guerra, como si no hubiese comenzado en tierras santas árabes y cristianas, desde hace ya tantas décadas.


La historia oficial hablaba de unas revoluciones pacíficas que se habían despertado primero en el norte de África y luego en Oriente Medio. Con el nombre de una estación del año, el hemisferio norte nominaba extrañas resistencias políticas en diversos países. Dicha primavera habría acabado con los longevos gobiernos de “rígidas dictaduras” haciendo florecer la libertad en pos de una democracia añorada. Occidente les daba la bienvenida a estas numerosas revueltas al apoyar la condena, la prisión e, incluso, la muerte para aquellos líderes autoritarios.

Sin embargo, todo se hizo más difícil en el corazón del Medio Oriente. El Dictador no fue derrocado a pesar de una guerra directa contra una coalición espuria de cuarenta países. Más de un movimiento armado y más de un ejército mercenario, rivalizaban abiertamente contra los vejámenes de la infame dinastía. Occidente, con ayuda de los grandes jeques saudíes y qataríes, había tomado partido en defensa de sus intereses; lo repetían los medios, las decisiones y acciones del tratado del Atlántico Norte que calculaban apoderarse por la fuerza de los territorios del país; cercenar, a la vez, una comunidad minoritaria del Islam, defender los intereses de la confesión musulmana mayoritaria, y abrir las fronteras desde Turquía a unas fuerzas oscuras que vendían a occidente petróleo sangriento y obras de arte robadas del patrimonio nacional y de la humanidad, a muy bajo costo. Lo anterior con la presión internacional para conquistar las ciudades puerto desde donde se pensaba suplir el gas requerido por Europa. La producción y la comercialización rusa de este recurso natural indispensable, incomodaba a sus vecinos.

De 470.000 muertos en el conflicto hablaba el gobierno Sirio, tres meses después de iniciado el año 2016. Un millón de migrantes habían atravesado las fronteras europeas superando, en un cincuenta por ciento, las tentativas de la Canciller alemana. Ante ese furor nacionalista, no faltaba quienes señalaran este cierre de fronteras como la actual metáfora que presagiaría la disolución del espacio Schengen: Desde el cambio climático, hasta las guerras en Siria, Somalia, Afganistán e Irak desnudaban al mundo tan lamentable panorama. Los execrables fachismos reaparecían en países como Polonia, Dinamarca, Hungría, Suecia, Macedonia, Austria, la misma Alemania. Se revivía sin pensarlo un fantasma que ya había sepultado Europa a mediados del siglo anterior.

América Latina confrontaba cambios inusitados. La ola socialista que acompañó a la mayoría de Estados Suramericanos declinaba, también, ante un clamor nacionalista de corte liberal. La Elección del nuevo Presidente Argentino, las manifestaciones contra la corrupción del partido que llevó el poder a la Presidencia Brasilera, la posible recuperación del Parlamento por parte de la oposición venezolana, los acercamientos políticos entre Cuba y los Estados Unidos, el Pacto del Pacífico entre Colombia, México, Chile y Perú; todo pareciera encauzarse hacía un determinado modelo económico donde el auge del mercado transnacional, con sus corporaciones, iba a determinar el futuro de las naciones... donde, las aspiraciones de los mercados internos y externos cooptaban a mayor ritmo y a su capricho el papel de los Estados, donde, políticamente, las ambiciones de izquierda parecían perder, de nuevo, su lugar en el mundo.

Tan sólo Bolivia y Ecuador mantenían en sus cartas constitucionales las aspiraciones hacia un socialismo andino con el protagonismo de la Naturaleza. Con el nombre de la “Pachamama” y con el principio del “Buen Vivir”, defendían su tradición y sus anhelos hacia un futuro alternativo. Sin embargo, ante inexcusables contradicciones, su modelo económico también dependía, cada vez más, de la extracción de los recursos naturales. Tipnis y Yasuni eran sus conflictos patentes. Los gobiernos lo hacían, decían, para garantizar el desarrollo soberano de sus propuestas políticas; pero, ni aún, la tierra podría invocar las constituciones para comprender, y defender, sus ecosistemas y sus gentes. Uruguay enfrentaba una preocupación parecida.

Como para completar el panorama, se empezaba a respirar dos grandes temores a causa de las estrategias de hegemonía mundial: Un gran tratado entre América del Norte y el Viejo Continente, además, del protagonismo en las encuestas de un extremista republicano para la presidencia de Estados Unidos. En esta atmósfera de paranoia global, de retoma liberal del mundo, de seguridad a ultranza por sobre derechos y responsabilidades, de guerra declarada de Occidente ante fuerzas radicales del Islam, de desaparición paulatina del socialismo en Latinoamérica, de recelo frente a la posición de Rusia como máximo protector de sus aliados en Medio Oriente… sí, en este delicado ambiente global, se venía configurando un peligroso contexto tildado, por algunos, como la chagra expedita para el cultivo de una tercera guerra mundial.

Colombia, como siempre, con su permanente paradoja: por un lado la necesidad de la élite política social y económica de integrar y expandir sus mercados con tratados transfronterizos; pero, por otro lado, con el mayor desconocimiento de los graves acontecimientos mundiales. La información oficial nos continuaba recluyendo en una mirada interna de los acontecimientos. El país parecía ser lo único importante, se observaba en la minúscula información extranacional emitida por los noticieros y diarios. Un sesgo occidental tenía, además, cada noticia; los maniqueísmos continuaban imperando, y la indirecta industria cultural de los programas de opinión, novelas y seriados, dominaban el ánimo y el pensamiento de esa tensión que destilaban los amigos y enemigos de la Paz. Por lo demás, un proceso del que el colombiano en común se sentía un tanto desinformado y excluido.

En la base, los movimientos sociales continuaban defendiendo sus territorios. Con temor algunos, invisibles para tantos otros, con una lucha frontal contra viejas y nuevas amenazas, proseguían silenciadas sus inmarcesibles reclamos donde el bien no terminaba de germinar. Mientras tanto, el país visible presentaba sus proyectos de infraestructura “cada vez más competitivos”, sus ofertas democráticas de movilidad social, la “consolidación de un Estado Social de Derecho”, una esperanza de “Buen Gobierno”, donde la transformación del campo y el crecimiento verde irían a catapultar, por fin, la nación hacia el tan esperado desarrollo en el siglo XXI...

Por semanas, el viernes negro colmó la máxima atención. Un peregrinaje diplomático por tres continentes acompañó la respuesta oficial del gobierno francés. A diario se mostraban imágenes de solidaridad que acompasaban el ritmo frenético de unas fuerzas especiales en búsqueda de los responsables de dicha masacre.

La guerra ahora llamada hibrida arreciaba... al igual que otros atentados indirectos en el corazón de África y en Estambul. La presión por reconquistar los tres cuartos de los territorios perdidos en Siria, sin aparecer en medios occidentales, acompasaba las difíciles victorias de rusos, libaneses, iraníes y las fuerzas militares del gobierno regente. La lucha por los territorios con sus recursos al orden del día. No sólo el espíritu motivaba la guerra llevada a cabo por los países y las siglas del islamismo radical o del Tratado del Atlántico Norte.

Era una muestra más, entre tantas que han pasado e irían a pasar, de un tal vez y un quizás desesperados; subrepticiamente el tiempo de los poderosos permanecía invocando sus minuetos, minuetos que, por lo demás, se eternizaban bajo el temblor del vacío, ante el fragor de las batallas. Sin cortes, sin esperas ante el tañir de las campanas, la siempre irrisoria condición humana, continuaba arrastrando un deseo que no podía comprender, intereses sin madurar, pasiones por contener ... ni la historia ni la memoria, habían sido suficientes para atemperar sus proyectos, para escrutar la barca fúnebre que aparecía y se desaparecía entre sus océanos, para rescatar los catalejos que lo podrían llevar un poco más allá de sus mezquinas fortunas.

Petróleo y gas, así culminó la principal preocupación del siglo XX... así continuaría dominando la geopolítica del siglo por venir: Cada vez las riquezas del subsuelo decidirán la suerte, el futuro y el presente de quienes, aún, pisasen la tierra.

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