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CAPÍTULO VI

Una revisión contemporánea de la cultura Quimbaya esperaba a Leandra en su escritorio.

Llegaría el momento de retomar la lectura para buscar nuevas pistas frente a su próxima investigación. Le interesaba profundizar el valor simbólico de la tierra en las culturas precolombinas, ante todo en su región del eje cafetero. Su tema aún lo sentía demasiado amplio, necesitaba precisar mucho más sus intereses.


Al consultar su correo electrónico, esperaba encontrar respuesta para algunas preguntas académicas, sin hallar ninguna información precisa. En ese momento realizaba un acto mecánico, pues sus pensamientos estaban más allá, de dichos propósitos.


La incomprensión la acompañaba. Se desconocía entre los suyos. Pareciera que todos por alguna razón tuviesen un hilo umbilical que los ataba; esta sensación la notaba incluso en su padre, a quien siempre había considerado tan cercano. Se sentía sola en su manera de pensar y de obrar. Distante, necesariamente, de los juicios de su madre y de su hermana.


Claro era el llamado de abandonar la casa materna. De explorar, porqué no, una modalidad alternativa de trabajo. Sin experiencia de campo, ¿para qué hacer, entonces, alguna investigación de carácter cultural? Le atraía, también, ausentarse de la ciudad, palpar los prístinos significados en sus sitios originarios, comprender en la relación cara a cara, conceptos renovados sin supeditarse tan solo a los libros. La decisión estaba tomada: cuando terminara de precisar su investigación buscaría el lugar o lugares más indicados para habitar, de acuerdo con sus intenciones, los diferentes territorios.


Por minutos, un duerme vela la llevó con aparente conciencia a cerrar sus ojos. Recostada en su cama afinaba su intuición. No creía en la seguridad de su padre - algo ocultaba- aún no lo comprendía del todo; pero, a todas luces, algo le inquietaba. Las palabras, las escuchaba y pesaba mejor en este estado, también escrutaba mucho más hondo la mirada impávida de Eduardo.


El movimiento de las manos rechazaban lo que él intentaba decir, aún la respiración de su padre se dilataba más rápidamente entre ideas inconclusas. Su frágil vigilia momentánea, la llevó a tejer una conversación entre almas: ¿Qué estás haciendo papá?, ¿hacia dónde te diriges?, ¡Toma de nuevo tu propio rumbo!, ¿para qué intentar atracar en puertos desconocidos donde, tan solo, nos recibirá la penumbra? ... como reacción sólo percibía de su parte, unas pupilas más esquivas, un sudor humedeciendo el cuello de su camisa, un mudo y seco suspiro. El último sonido la hizo rápidamente levantarse. Sabía que no quería permanecer por más tiempo en casa y que otro destino por ella esperaba.


Entre tanto, Marco Antonio regresó a su puesto de trabajo, a las dos de la tarde. Había resuelto dejar para después sus reflexiones frente a todo lo sucedido en la mañana. Bebía cierta tranquilidad, de la misma manera como había sorbido satisfecho la sobremesa de su almuerzo. Si bien su colega asistente lo acompañaba, no escuchaba el bajo volumen de la acostumbrada música salsa transmitida por la radio. A cambio, a su frente estaba sentado un rostro adusto, de quien no iba a escuchar alguna broma acostumbrada.


--- ¡Viva Colombia! ¡El vanaglorioso arte de trabajar por horas extras!...


Ni tan siquiera le respondía su interlocutor, con una leve sonrisa continuaba casi impertérrito ante los papeles de turno.

Marco Antonio por unos instantes fue capaz de ser respetuoso frente al silencio de su compañero. A pesar del tiempo compartido; no habían, en verdad, compenetrado. Sabía que era oriundo de uno de tantos municipios del Departamento de Caldas. Allí aún conservaba parte de su familia, el gusto por la salsa era un patrimonio común de su región “calentana”. Era un responsable y rendidor auxiliar comercial de origen afro y mestizo.


--- ¿Cómo anda todo, Alberto? ¿Algo en particular te preocupa?


--- Pues, hombre, para que le voy a negar; sí, un asunto familiar...realmente me preocupa.


Marco mantuvo silencio.

Después de cinco minutos Alberto lo convidó a la cafetería de la esquina, como muy debes en cuando solía pasar.


--- Resulta, Marco, que el sobrino más querido de mi mamá todavía vive en Cartama junto con dos de mis tíos con sus familias. La situación en Cartama hoy en día está muy difícil. No sé si has escuchado alguna noticia, aunque de eso poco se habla en los medios. La minería está mal, está muy, pero muy mal... desde que la multinacional compró muchas de las bocas de mina tradicionales, la gente se quedó sin donde trabajar. Les toca apropiarse, sin permiso, de lo que antes era suyo y se exponen más de la cuenta en la guacha.


--- ¿La guacha?, ¿Qué es la guacha? Preguntó Marco.


--- La guacha es esa nueva manera de extraer el oro en minas ahora abandonadas. Al no existir como antes la propiedad de las minas tradicionales, al haber sido descuidadas por la multinacional, meses y años ha pasado últimamente que personas de otros municipios no acostumbradas a la minería, han comenzado a extraer, sin los cuidados básicos, el material, intentando ir directamente a la Veta exponiendo su integridad física. También existen mineros cartameños que trabajan en la guacha, por su conocimiento aún mantienen las mínimas medidas de seguridad. Sin embargo, estos guacheros venidos de otros lados, se han convertido en un verdadero problema: muchos se han adueñado de algunas casas y recintos abandonados en torno a la plaza patrimonial, alterando nuestros ritmos y costumbres.


--- Complicada la situación, Alberto. Entonces, ¿cuál es tu preocupación particular?


--- Desde hace un par de meses, el gobierno ya ha prohibido que continúe la venta de dinamita para los mineros de mi tierra. Finalmente sin este detonante no pueden continuar explotando las minas; el sobrino, como otros tantos, vive de esta actividad y se han visto en la necesidad de hacer de manera “hechiza” su propia dinamita.


--- Ah, Alberto, según tengo entendido, estos son los riesgos por llevar a cabo la minería de manera ilegal.


--- No, Marco, un momentico... no tragues entero. ¿Sabías que Cartama es uno de los municipios más antiguos de Colombia, donde toda la vida se ha extraído el material desde, incluso, la época anterior a la conquista? Indígenas, afrodescendientes e, incluso, mestizos y extranjeros han conformado una típica cultura minera, siglos antes que a cualquier gobierno nacional se le ocurriera señalar el trabajo de la minería tradicional como minería ilegal. Se llama minería ilegal, irresponsablemente, a la histórica minería artesanal, para impedir que esta se lleve a cabo. Más bien, se legaliza la gran minería de las multinacionales protegida por el gobierno pues, según ellos, reporta mayor sostenibilidad ambiental y económica.


--- Pero, Alberto, yo he escuchado que en la minería ilegal existen actividades ligadas al narcotráfico, la guerrilla y hasta las Bacrim.


--- ¡Ojo! Marco, no confunda la minería tradicional de los mineros artesanales en pueblos mineros como el mío, de la minería criminal en otros lugares del país. El error del gobierno es colocar en el mismo saco, la minería tradicional como si estuviera en la misma categoría ante otras actividades delictivas. Por ejemplo, mi sobrino: durante más de 20 años ha trabajado en minas y molinos que pertenecían a familias tradicionales de Cartama. De un momento a otro, a los dueños le exigen que vendan. La multinacional cierra las minas. La abandonan un largo tiempo, y cuando quieren volver a trabajar en el oficio, ahora son dizque “ilegales”... cuando menos piensan tienen que abrir a la fuerza lo que antes les pertenecía, y exponerse aún detonando sin las debidas condiciones dinamita artesanal. Pues en una de estas, ayer para ser más preciso, se produjo una explosión en una de las minas, y ahora mi sobrino y otros compañeros están heridos en el hospital del municipio. Su esposa está muy preocupada, él puede perder un brazo, hasta un ojo, y nos preguntamos ¿qué vamos entonces a hacer con él y con su familia?


--- Lo siento, Alberto, realmente es un asunto muy delicado. Por el momento, esperar su pronta recuperación. Si en algo puedo colaborarte, no dudes en decirme. No sé específicamente en qué, pero cuenta con migo. Parece muy compleja la situación de tu pueblo...


--- La próxima vez que hablemos, tendrá que ser con varios refrescos encima pues esto va para largo… contestó Alberto. Tendría que hablarte de historia, del valor de nuestro cerro, hasta de nuestras brujas. Y, por qué no, también podría llevarte a que pruebes la agüita de Cascabel, para que no dejes de regresar a nuestra tierra.


Además de esa agüita de Cascabel, a Marco le llamó la atención, la invitación a tomar refrescos; le recordaba las antiguas fiestas de adolescencia. Su ignorancia desconocía que era la manera más común de llamar, en Cartama, a la cerveza.

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