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CAPÍTULO VII

Esos próximos cuatro días mostrarían el repetitivo trabajo de Marco Antonio llenando información de acuerdo con las caprichosas entradas de la plataforma virtual.

Por momentos se levantaría, intercambiaría un saludo y una pregunta sincera sobre el familiar de Alberto. Marcharía a casa, para regresar al día siguiente a mantener su rutina. Llamaría a Alba Liz, le diría que lo esperara el próximo fin de semana.


Leería un momento en su cuarto, se dormiría rápido por el hastío de haber visto tantas columnas, tantas filas, números y palabras; reposaría, entre tanto, con el anhelo de haber encontrado la esperada tranquilidad. Su camino era un circuito cerrado: del trabajo a su casa, de su casa al trabajo. Detenerse un instante en el restaurante del barrio, sumergirse en sus suplementos, pantallas, balances. Como un refugiado huyendo de su propia vida inaceptable, iba dejando sus rastros entre los vestigios de un transcurrir ya planeado...


Eduardo, por su parte, se tomaría muchas veces la cabeza. Miraría durante noches de insomnio, la semblanza expectante de su padre, de su abuelo. Esquivaría la desconfianza de Leandra, recibiría atenciones de su esposa, escucharía los proyectos de Sandra. Ricardo lo felicitaría una y cien veces. En su soledad se preguntaría si, realmente, estaba haciendo lo correcto. Recordaría, cual si lo hubiese acabado de escuchar, como resonaban las palabras de la última llamada recibida desde Medellín:


“No es un negocio querido por todos, en algunas partes, tiene verdaderos opositores; pero al final, le aseguro, es un gran negocio; exitoso en países desarrollados. No se preocupe: demostraremos con nuestra tecnología, que es una actividad que se puede hacer muy bien, con beneficio para todos, incluso para las comunidades,... un ejercicio verdaderamente responsable”.


​Sí, sin lugar a dudas, no podía equivocarse… estaba haciendo lo correcto; el doctor Cadena era una prenda de seguridad, como también las compañías nacionales y extranjeras interesadas en la sociedad.


Tenía un verdadero apuro por leer. Le ayudaba a salir de la tensión. Pareciera cargando con él, toda la preocupación de las últimas semanas que acompañaron como una sombra a Marco Antonio. Tomaría varios libros, los ojearía, devoraría algunos cuentos breves, visitaría la biblioteca municipal para alegrar su vista; empero el verdadero relato estaba porvenir, en los siguientes capítulos de su historia presente.


Salió y entró de la casa tantas veces; el mayor tiempo lo pasaba navegando en internet. Esperando las respuestas prometidas, revisando los lugares y los barrios donde poder trasladarse. Un bar nocturno se había convertido en su lugar favorito. Divagaba a solas, como dialogando con su cigarro, con cada copa, cada vaso o cada botella ocasional.


Leandra tenía ahora varias hipótesis por contrastar; ninguna relacionada con su investigación, todas indagaban la quinta división de “Químicos Lozano”. ¿Químicos Lozano?, por cuánto tiempo más, ¿“Químicos Lozano”?


No sabía si era el efecto de las recientes lecturas sobre experiencias transpersonales en sus estudios etnobotánicos, o sólo una repentina embriaguez inesperada; de repente observaba a su abuelo y a su padre absorbidos por un sifón gigantesco, para luego encontrarse sosteniendo el pote moderno de un nuevo químico que le permitía destapar la hediondez de sifón. Este maravilloso líquido tenía un código de barras, con marca paisa y extranjera.


Llegaría tarde a casa, preocuparía a sus padres, no volvería jamás a saludar en paz a Eduardo, maldeciría la red, y tomaría, ya era tiempo, un lugar de residencia en un barrio más popular del que había habitado con su familia.


Llamadas por la mañana, tarde o noche realizaba Alberto a Cartama. Desde el hospital le habían informado que habían podido salvar finalmente el brazo y el ojo de su sobrino; sin embargo, una seria afección en la columna, iba a evitar su labor en la guacha durante meses. Tres de sus compañeros no contaron con igual suerte, uno de ellos murió a pesar de fieles oraciones. Mordiendo la preocupación, Alberto continuaba apoyando a Marco Antonio. El trabajo debería estar listo para el jueves. Los próximos refrescos sabrían amargos junto a otra música distinta de la acostumbrada. Gasas, pastillas, y ungüentos empezaron a cooptar sus horas. Calmaba la ansiedad permanente de su madre, al intentar mantenerse al tanto de todo.


... Retocaba por enésima vez aquel extraño follaje. Lucía definitivamente más temerario de lo que él mismo hubiese pensado. Más fucsia, más rojo intenso se revelaban las bocas; hasta intentó en un rincón opaco y despoblado pintar la expresión inexpresiva del caro amigo de la boca cerrada. Un blanco hueso, desvaído, se apagaba cansino. Sujeto a unos labios insulsos, sin saliva, ni amparo... espirales de ópalo y fuego, celebraban sus danzas, membrillos y nenúfares florecían al tenor del estío, palmas de manos, también golpes de puño, plasmados sobre tantas imágenes...


Eugenio y Alba Liz, Alberto y Eduardo, Sandra y Leandra, Cadena y Ricardo... cuantos otros mosaicos bajo un cielo encubierto...

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