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CAPÍTULO IV

Un estrechón de manos había sido la imagen en primera página de más de un diario mundial.

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En el centro el hermano del líder histórico de la isla. Con falsas sonrisas, con rostros desconfiados y austeros, el Presidente de la República y el Jefe de la Insurgencia, en ambos costados. Quedaban seis meses, decía la información oficial, para firmarse la paz definitiva para Colombia.


La propaganda hablaba de un horizonte posconflicto. Superaban la guerra de más de sesenta años y pronosticaban la tan esperada prosperidad general. Más prudentes otros, preferían hablar de posacuerdo, las soluciones tardarían en llegar teniendo en cuenta ajustes al modelo económico, principal traba para alcanzar los propósitos sustantivos del diálogo en la Habana.

A pesar de tan esperanzadora noticia, continuaba la vocinglería de los enemigos de la paz. Siempre de manera “frentera”, sin agazaparse; aun con el concurso de fuerzas oscuras, “los ciudadanos de bien” criticaban los acuerdos, señalando el riesgo de perder la soberanía nacional, incluso –sostenían- se había ofrecido la prisión del principal líder de la oposición, al grupo “terrorista”. Vencer en las urnas la refrendación del proceso, era su voto de confianza. Urdían con el apoyo de algunos medios de comunicación y la Procuraduría General de la República, una visión nefasta del esperado pacto político.

Las noticias leídas por Marco Antonio en el suplemento internacional de noches anteriores, le habían causado una extraña sensación. La impresión de no haber visto hace tanto tiempo al mundo tan al revés.

Centenares de africanos se ahogaban intentando alcanzar costas italianas y españolas; la quiebra económica estrepitosa de la nación griega, estrangulada como el Minotauro bajo el laberinto zurcido por el capital financiero y la comunidad europea. Un representante del proteccionismo económico alemán batía, en su silla de ruedas, al capricho de la banca internacional, el cuerpo atlético del ministro heleno de economía.

Más de 250.000 muertos de una guerra contra una legión armada difícil de precisar. Cada vez estaban allí más cerca los aviones caza norteamericanos y rusos apoyando cada uno a un bando contrario. Fronteras que se cierran y se abren para miles de refugiados del oriente medio y del continente negro entre Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría, Eslovenia, al tratar de alcanzar el sueño germano.

En fin, problemas de frontera entre Colombia y Venezuela con cientos de deportados, quejas de contrabando, paramilitarismo, también por el autoritarismo del Presidente hermano. Caída internacional del precio del petróleo, destitución por corrupción de un presidente centroamericano, desaceleración de la economía China, comienzo de las clasificaciones al mundial de futbol del 2018. Tantos acontecimientos que convergían con la campaña política en su país. Entre vallas, entre nuevas -aún gastadas promesas- transcurría la aparente tranquilidad de Marco Antonio.

La inquietud empezó a convertirse para Marco, como para Eugenio las siluetas desnudas de las mujeres, en su propia sombra. Ni en el noticiario de las doce, la prensa escrita ni, mucho menos, en su lugar de trabajo, encontraba algo parecido al sosiego. Transcurrieron esos días esperando con deleite el fin de semana, después de haber prometido a Alba Liz su visita a Guacuma. La Villa de los Cerros se le aparecía, entonces, como un espacio de paz y libertad, de deseo y de seguridad; un lugar donde finalmente intentaría olvidarse del mundo, y desde donde podría mandar por un par de días ese sentimiento de ansiedad, frente a la enigmática decisión por tomar de Don Eduardo.

Antes del medio día del viernes, Carmen, la secretaria, le comunicó el inesperado mensaje. Su jefe necesitaba hablar con él un asunto urgente. Para ello lo requería el día sábado, a las 9:00 a.m. El remanso se hacía lejano; -la intranquilidad-, cada vez más cercana, conquistaba sus tiempos, espacios... su propio estado.

El resto del día y de aquella noche no la pasó bien. Se reconocía en las ojeras y en su rostro cansino. Lo apoyó sobre sus manos mientras esperaba la tan importante conversación. Por fin siendo las 9:10 don Eduardo lo mandó a seguir.


--- Buenos días, Marco, ¿cómo estás? Espero disculpes que te haya citado un sábado. Ya empezarás a comprender lo trascendente de la ocasión.


Hablaba de un modo inseguro, también se notaba en el movimiento de su cuerpo. Marco presentía un ánimo entusiasta cubierto, de todos modos, de una especie de plegaria.

--- Bueno, Marco, hace rato no conversamos cuéntame, ¿cómo va todo? ¿Cómo te fue con el arreglo en tu casa y tu disciplinada lectura en ingles: “The poems, plays and prose of Puschkin”?


--- Bien muchas gracias, sin contratiempos -se mentía-; debes en cuando caminando aún entre las estepas rusas. Muy atento a la reunión del día de hoy Don Eduardo.

--- Lo primero, Marco Antonio, una excepción: lo necesito colaborándome este fin de semana. Es un asunto urgente. Tiene que ver con buenas noticias para la empresa y, en concreto, también para usted, mi estimado Doctor Espejo.

No disimuló una sincera, a la vez, frágil sonrisa cuando pronunciaba el nombre de su empleado.


--- Discúlpeme, Marco, espero no interrumpir algún plan para este puente. Si tiene alguna tarea también urgente, créame Marco que lo comprendería y me las arreglaría de algún modo.

--- Descuide, doctor Lozano, sí tenía un interés, un corto viaje para ser más preciso; pero no se preocupe, puede darse en otro momento. En estos quince años, conozco pocas ocasiones para este tipo de requerimientos, y deseo ser proactivo ante las circunstancias.

--- ¿Y hacia dónde te dirigías, Marco Antonio?

Ese juego entre el tú y el usted, entre el nombre de pila y el apellido, siempre denotaba el carácter personal y la poca habilidad en el mando gerencial que tenía Don Eduardo; Marco solía responder de la misma manera.


--- Pues ¿recuerda a Alba Liz? Me invitó a su tierra en estos días...


--- ¿Ella no era la de Cartama?


--- ¿No recuerda? Ella regresó a su Guacuma natal.

--- Hagamos entonces una cosa: luego de cumplir lo que le voy a encomendar, obviamente con pago de horas extras incluidas, le daré dos días de permiso para viajar a Guacuma ¿de acuerdo Marco?


--- Me parece muy bien Don Eduardo, soy todo oídos...

--- Son ya tres las generaciones que han trabajado en pro de nuestra empresa “Químicos Lozano”. Aún recuerdo la insistencia de mi padre cuando me incitaba al cumplir los 17 para estudiar Ingeniería Química en la Nacho; preocupado, como lo estoy yo ahora, por el futuro de la empresa.


Las cosas no están mal, Marco Antonio, mas empiezo a entender a mi padre y no tengo ya ninguna hija a quien comprometer con la compañía dentro de poco. Usted llegó el mismo año que yo, en el 2000; ni me lleva, ni le llevo, una mayor experiencia. El hecho de que usted sea el contador de la empresa y yo el director, no lo siento como un abismo de relación, como para no compartir preocupaciones o ambiciones comunes. Pues sí Marco, se nos creció el negocio, no lo sabíamos; una llamada recibida hace algunas semanas desde Medellín, nos lo propone abiertamente.

Me están sugiriendo abrir una nueva división para la compañía, con nuevos insumos químicos muy prometedores en el presente y para el futuro inmediato; también que tripliquemos nuestro tamaño y nuestras ventas en corto, por tardar, mediano plazo. Todos me aconsejan que actúe ahora, pues debemos aprovechar una inyección de capital para estos propósitos; necesito de su ayuda para llenar los datos en una nueva plataforma virtual con la que contaremos, para luego realizar unas proyecciones; en otras palabras, poner manos a la obra. Usted sabe, amigo Marco, siempre he estado satisfecho con los rendimientos de la empresa, siempre he creído que con las cuatro divisiones existentes podríamos bastarnos; la oportunidad parece bastante interesante y si la aprovechamos como debería ser, me tranquilizaría mucho pues dejaríamos muy solvente la compañía y ,en particular, usted, apreciado Marco, tendría un status más elevado, con unas condiciones contractuales muy diferentes que garantizarían la comodidad de su descanso, eso sí, si es que algún día decide dejar la compañía.

Inicialmente, tendría la oportunidad de especializarse, un par de años, en el extranjero; por fin podrá poner en práctica su pasión por el inglés, apreciado Marco. Por el momento, es todo lo que le puedo decir. Con los antioqueños estamos precisando el nombre de la división y los insumos requeridos, también los proveedores nacionales y extranjeros.

En estas próximas semanas realizaremos una reunión de la junta directiva y socializaremos, lo referido, con una información más cabal. Por eso, Marco, lo necesito para llenar la plataforma, me gustaría que, a pesar de todo, adelantara alguna proyección partiendo de nuestro presente; esta información la requeriremos el día jueves para enviarla a Medellín.

¿Cuento con usted, amigo Marco? Si es así, ¡Celebremos con un tinto recargado, nuestro nuevo futuro, también su pasaporte y su próximo ascenso!


Mientras un tanto perplejo se dirigía a la pequeña cocinilla de la empresa, aprovechó para enviarle un mensaje de texto a Alba Liz para decirle que no viajaría en esta oportunidad, después de prometer una llamada para explicar el porqué. Don Eduardo servía las dos tazas de café, lo miraba debes en cuando a los ojos, mientras, como siempre, se ensimismaba, y comenzaba sus acostumbrados circunloquios.

--- “Son pruebas de la vida. Apuestas por cumplir o por fallar. ¿Recuerdas cuando me comentabas ese singular relato: “el Disparo” de Puschkin?, ¿un duelo que venció el poeta en su prosa; pero le costó al final en vida propia? De eso se trata este devenir vital, antes que dejarse arrastrar por las repetitivas y ya fatigadas circunstancias. Ni mucho menos, mi interés ha sido batirme en duelo de mercados, prefiero los paraísos interiores y exteriores; ya vez, el tiempo asalta, fustiga, reprende si no somos capaces de presionarlo lanzando hacia el vacío nuestras cómodas posiciones.


Impulsando nuestra propia roca, también empujamos la roca de los demás, para bien o para mal; se pensará que es una decisión objetiva y fortuita, no es más que otro albur gelatinoso y al garete... confiamos en él, como el trapecista en su pequeña barra y sus dos cuerdas. Seremos péndulos humanos, sobre diferentes mundos por crear, finalmente, de eso se trata la vida: soportar nuevas pruebas aunque no las hallamos elegido... muchas gracias, Marco Antonio, felicitaciones de nuevo, dile a Carmen que te enseñe la plataforma por llenar...”

Marco Antonio se sintió de nuevo como aquel día cuando le hablaba de la verdadera belleza al salir del almacén. La noticia realmente era especial: no sólo su ascenso sino, además, su prometido viaje; un verdadero voto de confianza y una inesperada realización personal. Nunca había creído hacer posible el sueño de estudiar en el extranjero y, entre otras cosas, dominar un segundo idioma. Era indudable, las circunstancias habían cambiado, no para mal, al contrario, para el mejoramiento de las condiciones de la empresa y para él mismo. No era gratuito, entonces, que las buenas noticias vinieran de Antioquia, finalmente, ¿desde allí no provino el fundador de la compañía?


Don Eduardo, no dejaba de ser, sin embargo, una persona singular. Supuestamente lo invitaba con un tinto a celebrar pero, de nuevo, como siempre, comenzaba con sus monólogos extraños: Como si su deseo y su esencia caminaran cada cual por un camino diferente. Le gustó a Marco el comentario sobre sus comunes gustos literarios, mas hablar de esta manera le inclinaba a pensar en él como una persona irresoluta, nunca completamente plena con sus decisiones y perspectivas. Para Marco, Don Eduardo Lozano, debía dedicarse a la academia o a la poesía, pues su exacerbado idealismo no encontraría sentido en el mundo de los negocios.


Esta noche Marco Antonio dormiría plácido. Madrugaría a trabajar el domingo y el lunes de feria, con nuevas expectativas que hacía algún tiempo no lo acompañaban. Se olvidaría, entonces, por un tiempo de tantas preocupaciones, incluso, le satisfaría mantener, por algunos días, su boca cerrada.

 
 
 

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